Me gustan las sorpresas, y más si vienen de la mano de mi amiga Maite.
Nos conocemos hace más de treinta años, y es una persona muy importante en mi vida. Está en los momentos más destacados.
El viernes nos preparó una visita a un sitio desconocido, con sorpresa incluida:
Sabíamos que iríamos a cenar, sabíamos con quién, pero no dónde, y lo que habría después. Porque la sorpresa es que había algo más.
No me reveló el sitio antes, par que no pudiera buscarlo por internet. Ella sabe que, con tiempo, yo estaría curioseando el sitio donde iríamos, qué hacían allí, qué se come, incluso, si lo hubiera, hasta los comentarios que hace la gente sobre este lugar.
La sorpresa fue mayúscula, ya que se trataba de un lugar muy cercano a mi casa.
Es el mesón "Huesca", a dos pasos de mi casa. ¡Y yo sin conocerlo ni haber oido hablar de él!
Cuando ves la fachada, no se imaginas lo que te vas a encontrar dentro.
A pesar de que la entrada parece pequeña, luego dispone de tres salones decorados con muchos recuerdos de familia, de viajes, y regalos de clientes y amigos. Cuadros, dibujos, recortes de periódicos de la época, sombreros, fotos de artistas, cencerros, poesías, etc..... Hay hasta gorros, cajas de puros habanos. Las paredes casi no tienen hueco para meter cosas. A esto se le llama decoración maximalista, porque casi no hay un rincón vacío. ¡Hay tanta historia en sus paredes, tantas "historias", tanto vivido!
Este mesón se fundó en 1964, el 12 de octubre. Fundado por los padres del actual dueño, Ignacio González, y está situado en C/ Virgen de la Esperanza 21, en el popular barrio obrero de Carranque, entre la Avd. de Andalucía y Herrera Oria.
El ambiente es muy agradable. La luz tenue, ni fuerte ni demasiado baja. Invita al intimismo. Invita a charlar, a compartir secretos. Invita a lo que más tarde vivimos allí.
De entrada un buen vino, un Ribera del Duero, de las bodegas Montevannos, de dos tipos de uva: Merlot y tempranilla.
El vino "Invictus", que así se llama, está elaborado para el 50 aniversario del Mesón Huesca, que se producirá dentro de tres años, y la etiqueta diseñada por Ignacio González. Si cogemos la botella entre las manos, leeremos una frase muy bonita que dice: "El silencio es la música espiritual del hombre..., brindemos por él".
Un hecho que me llamó mucho la atención fue cuando, de forma natural, y por costumbre, la camarera, decantó el vino delante de nosotros. Nunca lo había visto antes. En ningún sitio de los que he ido a cenar o almorzar han decantado el vino. Fue un detalle muy bonito. me quedé tan sorprendida y pendiente del hecho en sí, que no hice ninguna foto. El vino tenía un color rojo muy bonito, y era suave en el paladar, pero con cuerpo.Un vino potente y con aromas a fruta.
De aperitivo nos dejamos aconsejar por ella, aunque Maite e Isabel pidieron al unísono una triporra. De tres colores, porra de tomate, de almendras y de remolacha. ¡qué bonita y qué ricas estaban las tres! ¡qué suaves! Me encantaron, y sobre todo la de almendras por ese sabor tan suave y especial.
Después Maribel despertó la curiosidad de Manolo con la oferta de unas zamburiñas al cava, que por supuesto fueron muy celebradas por Maite, Isabel y Manolo. Yo probé la salsa, que estaba muy rica, pero no me comí el bichito.
Y por supuesto no faltó un buen paté, esta vez de avestruz. ¡qué rico!
Y muy suave también.
Yo no podía comer más, con tantas cosas ricas como nos habían puesto en la mesa, acompañadas del vino, que entraba muy bien. Y eso que yo no estoy acostumbrada a beber alcohol. Pero no me mareó en absoluto.
El ambiente era muy bonito. La atención del personal fabulosa, y no es típico lo que estoy diciendo. Hay que ir allí para sentirlo. Es que parecía que estaba en un lugar conocido, donde ya hubiera estado antes. Nos trataban como si nos conocieran de mucho tiempo. Pero a la misma vez, con profesionalidad, con educación, con saber estar. Una atención familiar.
Pedimos también un lomo de bacalao al horno, que estaba exquisito. Y yo, que aunque no lo parezca, soy un poco "tisquismikis", y no me gusta el bacalao, debo de reconocer que me gustó mucho cómo lo hicieron. Un sabor muy agradable, muy suave.
Y seguimos con un plato llamado "Abanico", unas chuletitas de cerdo ibérico, riquísimas. La forma de presentarlo da nombre la plato.
Y luego unas chuletitas de cordero fritas al ajo, que Maribel también nos dijo que estaban muy ricas. Como Manolo y yo no habìamos estado nunca allí, querìamos probarlo todo.
Y llegando a los postres, entraron en el saloncito unos artistas.
Lisandra, que así se llama, tiene una voz muy particular. Una voz ronca, que daba más intimidad a su interpretación. Cantaba boleros antiguos. Aceptaba peticiones, y a veces cantaba sin música, y casi sin micrófono. En otras ocasiones, se inventaba la letra, y la adaptaba al momento, a las personas a quien las dedicaba. Estaba acompañada por otro artista que de vez en cuando también unía su voz a la de ella, mientras tocaba los timbales.
"Noches de bohemia", "Perdón", "Devuélveme la vida", "Somos novios"..., eran canciones que iban sonando una detrás de otra, caldeando el ambiente.
Pidieron la colaboración de los que estábamos allí, y aunque ninguno se decidió a cantar, sí salieron a bailar.
Mientras tomábamos el postre, la música seguía sonando.
Fueron momentos muy bonitos y especiales. Nunca había vivido algo así.
Maite me observaba, porque sabía que yo estaría disfrutando de ese espectáculo. Y no se equivocaba, porque me tenía totalmente absorta.
Y para terminar, el postre:
Mientras mirábamos la carta al principio, ví que de postre había "Biznagas de chocolate blanco", y desde el principio pensé que ésa sería mi elección para el final de la cena.
EStaba delicioso. También pedimos leche frita.
Aquí dejo unas fotos del interior del mesón.
Las paredes tenía retratos, cartas firmadas, poesías, recuerdos, banderas, gorros de bomberos, etc...
Un viejo piano da la bienvenida cuando entras al mesón. Los ojos se me fueron directamente a él. Según Maite, es un piano que aún suena, pero es tan antiguo que no puede ser afinado en perfectas condiciones.
En resumidas cuentas, y para no extenderme demasiado, es un lugar encantador. Una sorpresa.
La cocina mediterránea, malagueña, con toques de cocina árabe, nos sorprende.
Platos tradicionales, pero adecuados a la cocina moderna. Ingredientes de primera calidad, y eso se nota por el sabor de todo lo que comimos allí. Se notaba que utilizan un buen aceite de oliva virgen extra.
Os recomiendo que vayáis a visitarlo. No os arrepentiréis. Y seguro que a pesar de todo lo que he contado, os sorprenderá.
Nunca pude imaginar que tan cerquita de mi casa, habría un lugar así.
Y para terminar, os hablo de otra curiosidad de este mesón.
En la entrada del mismo, aparcado, se encontraba este coche que llamó mi atención por lo curioso, llamativo y bonito.
Me enteré que era un taxi de Londres. Carbodies se hizo cargo de la construcción de los taxis, incorporando motores diesel, y le llamó a este modelo "Fairway". Es un Austin, y está dado de baja como taxi, pero lo tiene como coche de protocolo para los amigos del Mesón.